Mientras escribía esto, estuve escuchando al único cantante capaz de hacerme llorar con tan solo oír su voz.
Hablo de Andrea Bocelli, uno de los tenores de la ópera más importantes de todos los tiempos, quién sobrepasó incontables obstáculos, incluyendo la discriminación y el ser ciego.
En uno de sus conciertos, Bocelli contó la historia de una mujer embarazada que entró a un hospital, gravemente enferma. El cantante entonces explicó: «Le dijeron a la mujer que la mejor solución [era abortar], pues el bebe podría nacer con una discapacidad. Pero la valiente y joven esposa decidió no abortar, y el niño nació.» Pausó y luego continuó, ahora con lágrimas: «Esa mujer era mi madre y yo era el niño.»
¿Te imaginas haber perdido tal talento? Nos habría sido quitado un pedazo del cielo, con su dulce y a la vez potente voz, que parece atar juntas las almas de quienes escuchan su sonoras notas.
El artefacto con la cual estoy oyendo estas notas provienen de mi iPhone, creado por Steve Jobs, cuyo genio no necesita introducción para la mayoría. En una entrevista, él admitió que su madre casi le abortó (ilegalmente), por las presiones que vivía: «Quise conocerla para…darle las gracias… pues no terminé como un aborto. Tenía 23 años y sufrió mucho para poder darme a luz.»
Hoy en día, es común oír a personas clamando: «¡Mi cuerpo, mis derechos!»
Pero, ¿quién nos ha dado la potestad de hacernos juez y verdugo sobre el ser más inocente de la humanidad?
Al momento de concepción, su ADN ya predestina su aspecto físico, sus talentos y su alma única le es dada. A tan solo 22 días, su corazón ya late por si solo. A seis semanas, su rostro ya está definido. A las 6 semanas, su cerebro empieza a mandar señales de pensamiento independiente. A las 10 semanas, con su cuerpo y órganos vitales ya formados, hace movimientos personalizados. Dime tú, ¿este ser es solo propiedad de la madre o un pedazo de carne? Peor aún, el 63% de abortos ocurren despues de 6 semanas. El 92% de abortos ocurren porque la madre sencillamente decide que no lo quiere. Tan solo el 0,5% de abortos ocurren en casos de violación. Algunos de los métodos más comunes para abortar incluyen: envenenar al bebé con pastillas, o quirúrgicamente al descuartizar al niño dentro del vientre o cortar su médula espinal. Se estima que más de 55 millones de niños son abortados cada año en el mundo.
El lugar que debería ser el más seguro de un niño, en el vientre de su madre, se ha convertido en su cementerio.
Cuando el no nacido queda indefenso, ahí debemos estar nosotros. Cuando la cuna del seno maternal le sofoca, ahí debemos clamar en su cuenta. Tal como el dicho famoso de Edmund Burke: «La única cosa necesaria para que triunfe la maldad, es que los buenos hagan nada.»
El aborto puede ser una de las decisiones que una mujer más puede lamentar en toda su vida, llevando a estos efectos secundarios: terrible culpa, pesadillas, alcoholismo, drogadicción, promiscuidad, dificultad en formar relaciones, dificultad relacionándose con sus futuros hijos, etc.
Quizá lo peor de todo, es saber de como en muchos casos novios, esposos, padres, o familiares obligan a mujeres a abortar a sus propios hijos. Llamémoslo por su nombre: #homicidio. Cada vida merece la oportunidad de brillar.
«Te conocía aun antes de haberte formado en el vientre de tu madre; antes de que nacieras, te aparté y te nombré…» (Jeremías 1:5, NTV) Dios es #ProVida.
#SoliDeoGloria